Lo que un niño come durante su infancia, determina en gran parte los hábitos alimenticios para su salud y el resto de su vida. Si es verdad que ellos necesitan azúcar, sin embargo, los alimentos dulces se pueden satisfacer de forma natural. Ejemplo los cereales que brindan la glucosa que requiere el cuerpo para dar energía y cumplir la funciones vitales.
Es así como el gusto por el dulce se desarrolla a muy temprana edad y es quizás, el factor más importante para controlar su nivel de energía. Muchos niños agotan a sus padres con su energía descontrolada, pero muy pocos saben que este problema está íntimamente relacionado con la inestabilidad del nivel de azúcar (glucosa) en la sangre.
La glucosa es producto de la indigesta de carbohidratos que se presentan en forma de granos, harinas, legumbres, frutas y verduras. En su estado natural (integral), estos carbohidratos son complejos y entran en el sistema circulatorio de manera pausada y lenta; al contrario de los carbohidratos procesados (gaseosas, azucares, galletas), que causan una crisis metabólica en el organismo, por ejemplo cuando toman refrescos o comen galletas o tostadas o pan blanco con mermelada, el nivel de glucosa en sangre se dispara.
Esta es una sustancia potente, y realmente puede dañar nervios y vasos sanguíneos. El cuerpo la retira de la sangre por medio de una hormona, “la insulina” que se libera desde el páncreas, cuando la corriente sanguínea del niño recibe una sobredosis de glucosa, esta provoca un exceso de energía que se manifiesta en hiperactividad o agresividad, seguido de un bajón de ánimos y causando síntomas como irritabilidad, ansiedad y comportamiento desordenado. Por esta razón un niño que llora y pide más dulces o grita cuando no se le da su refresco favorito, ya manifiesta hábitos de adicción y desequilibrios en su organismo.
En el escenario pues de una sobredosis de azúcar refinado, el cuerpo percibe esta situación como peligrosa y genera más insulina de lo normal. Esta sustancia es escoltada literalmente al exterior de la corriente sanguínea, dejando a los niños con un nivel de glucosa muy bajo y les provoca un colapso de energía.
Ya hemos visto lo desagradables que pueden ser los síntomas en niveles bajos de glucosa, pero lo peor del caso es que para eliminar estas molestas sensaciones, los niños desearán lo que inicialmente les provocó el problema, el azúcar, y otra vez damos la vuelta.
Cualquier exceso de azúcar, y lo habrá si sus hijos tienen un consumo masivo de carbohidratos refinados, se almacena como glucógeno en el hígado y los músculos. Cuando estos almacenes están llenos, cualquier sobra de glucosa se convierte en grasa corporal.
Los niños necesitan azúcar, pero su necesidad de ingerir alimentos dulces se puede satisfacer de una forma natural con el consumo de frutas como la uva, el banano, el melocotón y la piña, que contienen un alto grado de azúcar natural (glucosa y fructuosa), otras con menor grado de glucosa, y por tanto más sanas son la pera, la manzana y la naranja.
En cuanto a las verduras tenemos la zanahoria, la remolacha, el zapallo y la papa; las demás hortalizas también contienen azúcar natural (en forma de glucosa, maltosa o sacarosa), aunque en menor cantidad.
Como hemos dicho anteriormente, los cereales también se convierte en azúcar en la sangre. Esta forma natural de obtener el azúcar no solo abastece de la glucosa necesaria para dar energía al cuerpo y cumplir las funciones vitales del organismo, sino que además aporta vitaminas, minerales y otros nutrientes que ayudan a prevenir las infecciones bacterianas y las enfermedades contagiosas.
Pautas alimentarias para reducir el consumo de azúcares
1. Tomar siempre un buen desayuno, que contenga frutas y cereales, con una porción de yogur natural o frutos secos triturados (almendras o ajonjolí). Esta es la comida más importante del día para estabilizar el nivel de energía en los niños.
2. Proveer pequeñas meriendas de frutas y frutos secos (nueces, semillas), se pueden añadir a los cereales del desayuno, a las ensaladas o trituradas en un batido de frutas.
3. Suplir la necesidad del dulce con frutas y jugos frescos.
4. Evitar los refrescos y gaseosas por su alto contenido en azucares y aditivos, los cuales tienen efectos negativos en el cerebro y en el sistema hormonal.
5. Usar una gran variedad de alimentos frescos y verduras, que además de proporcionar vitaminas y minerales, ayudan a desarrollar un cuerpo sano y ofrecen protección contra las enfermedades. Es mejor utilizar una gran variedad de estos ingredientes en un mismo plato para proporcionar más color y variedad de sabores y hacerlos más apetecibles.
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Mery Inés Vélez – Bacterióloga con Máster en nutrición en España.
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